Sunday, March 2, 2014

True Television


La antítesis perfecta de las películas baratas hechas para la televisión son las series caras en formato de cine. La antítesis perfecta de estas series es la demás televisión –por sobre todas las cosas, los reality shows. No digo que las series que no son caras sean necesariamente malas pero la guita bien usada, como HBO, Netflix, AMC y BBC lo han probado, sí asegura no sentir culpa a la hora de sentarse a ver horas de televisión. Asegura, en resumen, excelentes libretistas, directores, locaciones, actores, vestuario: televisión inteligente.

Televisión inteligente que apunta a un público inteligente. Es más arrogante decirlo que el hecho mismo de que así sea. Pero es. Apuntan a un público teleVidente que no requiere de las repeticiones constantes a las que los libretistas de medio pelo lo someten, que no resiste el drama mal elaborado ni llora con las lágrimas de cocodrilo de la modelo de moda, que no se calienta con las tetas y el culo de la ya mencionada ni con los músculos del modelo de revista, que no acepta los diálogos ni el humor obvios de situaciones que ni sorprenden ni emocionan, que no se deslumbra con la pureza de raza ni con el conservadurismo de las historias, que no espera un final feliz o justo. Un público que condena la falta de verosimilitud y de estética.

Esta televisión que inicia con Oz de HBO en 1997 se caracteriza por producir no más de trece episodios por temporada, en varios casos muchos menos (Sherlock tres, True Detective ocho, The Fall cinco, so on). Por tener productores y directores o del nivel Scorsese (Boardwalk Empire) o del nivel de Dunham (Girls), que parecen antítesis: el uno ya hecho y la otra por hacerse, el uno vanguardia establecida y la otra vanguardia en desarrollo. Por tener actores en la mayoría de los casos, aunque no es norma, de cine (Steve Buchemi, Mattew McConaughey, James Gandolfini, Kevin Spacey) o desconocidos en el mainstream televisivo (John Hamm, Lena Dunham). Por tener libretistas brillantes (David Chase, Lena Dunham, Nic Pizzolato).

Gracias a estas características, esa televisión puede ser (ha sido) considerada artística. Me parece, sin embargo, que su inscripción definitiva en el arte pasa cuando se libera de la representación del “deber ser” moral y ético. La televisión ha estado condenada a mostrar paradigmas positivos sociales y lo ha hecho a través de la moral inquebrantable de sus personajes protagónicos o, en caso de que tal moral patine, de su redención: esos personajes siempre terminan haciendo lo correcto –de acuerdo, claro está, con la correctividad política del momento. Así, una variedad que va desde Smallville, Supernatural, Night Rider, hasta Law and Order, Miami Vice, CSI, The A Team, pasando por Bay Watch, The OC, y un larguísimo etcétera en donde reinan los Sitcomes. Compaginar el ser/hacer del personaje con un proyecto ideológico social y hasta nacional, ha sido el propósito claro de la televisión. Pero series como Boardwalk Empire, The Sopranos, Girls, Breaking Bad, Mad Men, Weeds, The Fall, Veep, House of Cards, Games of Thrones, True Detective, True Blood, Six Feet Under, The Wire, etc., contienen la ausencia absoluta del ejemplo y sus personajes oscilan entre la ambigüedad de su ser (Hannah Horvath, Nancy Botwin, Don Draper, Stella Gibson, Rustin Cohle, etc.) y la total amoralidad (Tony Soprano, Nucky Thompson, Francis Underwood, etc.).

Ambigüedad y amoralidad que no son celebradas pero tampoco condenadas al interior de las series, ni siquiera cuando los personajes son reprendidos. Ambigüedad y amoralidad que leo como la voluntad realista de esa televisión (que ha sido el objetivo claro de toda la televisión) no en su sentido mimético sino en el de “lo real” lacaniano: mostrar lo que no se puede verbalizar, lo que no se puede controlar, por lo tanto, lo que no se puede ni celebrar ni castigar. Liberarse del buen ejemplo acerca la televisión al arte, no solo como un espacio estético, la televisión ya lo es, sino de expresión de lo humano que es molesto y terrible, hermoso y loable. Porque el arte no es el espacio en el que se impone lo que debería ser sino que muestra lo que es lo humano.